lunes, 25 de marzo de 2013

Rastro





Hace exactamente tres años llegué a Frankfurt con la certeza de que iba a encontrar un lugar donde dormir un par de noches, pero me encontré con que había una enorme convención internacional de músicos y estaba todo copado, no quedaba disponibilidad en ninguna parte, eran ya las cinco de la tarde. Y aunque el clima era grato, ya comenzaba a refrescar, se venía la noche, dieron las seis. Recorrimos por enésima vez el centro y sus alrededores, y nada, las siete de la tarde habían pasado y dijimos Tomemos un tren hacia cualquier parte y pasamos la noche viajando, no era mala idea, teníamos un tiquet multipass para viajar donde quisiéramos dentro de Europa, y fue lo que hicimos. Destino entonces, Copenhague. Pero para tomar el tren a Dinamarca a última hora nos avisaron que debíamos llegar a una estación perdida a una hora fuera de Frankfurt, y tomarlo desde allí, eran ya las ocho, ya había caído la noche, y corriendo alcanzamos a tomar el último tren a ese pequeño pueblo.
Al llegar, lo único que había abierto era una porquería de comida rápida en esa pequeña estación, debíamos esperar hasta las 11.15 para tomar el expreso nocturno a Copenhague, plataforma 6. Sentados, oímos desde el otro lado el vozarrón de un tipo muy alto de unos 50 años que no dejaba de caminar por todos lados y hablar fuerte con una tal Simona, una mujer huraña de unos 45. Comían separados, no dejaban de vociferar, el tipo gigante conversaba con todos, era extraño, sobre todo por ser demasiado amable, tenía algo de autista o de retraso, y al parecer estaba en su salida semanal junto a su Simona. No dejé de mirarlo de reojo, era imponente, y sin atemorizarme en lo absoluto lo único que no quería es que nos metiera conversa pues mi alemán es nulo. Pero nos metió conversa. Y se sentó con nosotros por largo rato, tenía unas orejas enormes. Y al preguntarnos de dónde veníamos, al responderle él abrió sus ojos de par en par y nos respondió Chile, muy buenos vinos, Marcelo Salas, Salvador Allende, sí, Salvador Allende, lo bombardearon, sí, Salvador Allende, repitió, y con una sonrisa llena de paz se quedó mirando mis ojos como si reconociera en ellos su propio horizonte. Y al rato nos preguntó a dónde íbamos, y Copenhague dijimos, Ah, respondió, Copenhague, 11.25, plataforma 9, y mencionó el vagón número no sé cuánto, y repitió la hora, 11.25, plataforma 9, y claramente el número del vagón que tampoco cuadraba con el número del tiquet, y a mí se me descolocó la cara, Si, Copenhague, reiteró con seguridad, Ya queda poco, yo los llevo a la plataforma 9, y yo dije para callado digámosle que sí y cuando se vaya nos cambiamos a la plataforma 6 y ojalá no sea demasiado tarde, si perdemos el tren no sé qué cresta vamos a hacer aquí en medio de la nada. Pero el Gigante junto a su Simona no se fueron, nos llevaron a su plataforma 9 y se quedaron con nosotros, y yo comiéndome las uñas y les mostré mi tiquet, mira, dice plataforma 6, hora 11.15, No, me respondió, Störung, Plaforma 9, hora 11.25, y me comí las uñas mucho más. Y allí, de pie en la plataforma 9, pasadas las 11 de la noche, con dos extraños con toda la pinta de estar en su día libre del sanatorio, vimos como a las 11 con quince en la plataforma 6 no pasó nada, y algo le entendí de que la plataforma 6 es para no sé qué cosa y van a no sé qué lugar, la plataforma 1, 2 y 4 van al oriente y la 3 y 5 a esta hora van a occidente, la 7 , 8 y 10 no sé para qué cresta servía, y La 9 va a Copenhague y el tren después sigue más allá. Y entonces pasó un tren de carga, y el Gigante con su Simona se dieron vuelta, nos dieron la espalda, y se lo quedaron mirando fijo, extasiados, enumerando números exactos y comentarios entre ellos dos, y yo observé su rito, su mundo, eran como dos duendes, uno huraño y pequeño, y el otro gigante y con orejas enormes, que no tenían nada que ver entre sí pero en eso eran uno solo, Y ahora tiene que venir el vagón número no sé qué en la plataforma 10, exclamó, y quince segundos después apareció el número no sé qué en la plataforma 10.
A las 11 con 23, el Gigante con su Simona se despidieron con la mejor de sus sonrisas, Mucha suerte, que les vaya muy bien, y se marcharon. A las 11 con 27 llegó el tren a Copenhague, en la plataforma 9. Nos subimos, y al cabo de unos minutos el tren comenzó su marcha, y al final de la plataforma estaban Simona con su Gigante, que se despedían, que observaban extasiados, como velando nuestro partir.
Sentado junto a la ventanilla de ese tren me puse los audífonos y cerré mis ojos. Comenzó a sonar Remain, de José González, y entre sueños me vinieron a ver tantos que se me han cruzado en mi camino quizá por qué extrañas circunstancias, y me llené de alegría pena, y sumado al cansancio de esa extenuante gira por Europa con mis preguntas y mi cámara, se me sumó lo ocurrido el 27 de febrero en mi país, se me sumó como siempre el recuerdo del fallecimiento de mi viejo como cada 22 de marzo, y se me sumó todo, y entre nubes vi a los míos bailando con Remain, tomándonos las manos, abrazándonos, y despidiéndome, siempre despidiéndome, y agradeciendo los momentos vividos, no importando si fueron cortos, pero sí verdaderos, profundos, porque no valen las palabras, los gestos educados, las promesas al aire que no sirven de nada, ni siquiera importan los años, ni las relaciones sanguíneas, ni lo vivido, sino las miradas, esa mirada pura que se entrega y te dice estoy aquí, abierto, contigo, sin pronunciar palabra alguna, estoy aquí, soy tú mismo pues mi importa tu sentir aunque no lo entienda, veo tu alma y dejo que veas la mía, estoy aquí, por este pequeño influjo, somos más que un tú y un yo, somos, y por eso siempre nos perteneceremos, sobre todo cuando menos lo esperas, y en especial cuando más lo necesitas.
Han pasado tres años, y hace cuatro días puse música en el auto, y sin esperarlo sonó Remain, de José González, y entonces los recordé a todos nuevamente, mis verdaderos compañeros de viaje, mis pocos y verdaderos hermanos hijos, sobre todo ahora, aunque haya sido por un corto trayecto.
He conocido a tantos, con palabras al viento y gestos bien articulados pero del todo vacíos, y me pregunto el porqué la gran mayoría no me quiso mirar aunque fuera a la distancia, y los poquísimos, poquísimos, que de verdad sí lo hicieron, tuvieron que irse o simplemente ya no pudieron quedarse. La vida, más allá del bullicio, es un camino solitario, y por ello no hay que lamentarse, es tal vez el destino secreto de entender lo que verdaderamente valen las estrofas, entender por ejemplo lo que pesa una sincera mirada, y lo que diferencia un rastro, de un vestigio, porque creces y sabes lo que es realmente amar.

Con todo mi amor Cocó, mi hermanamiga, mi más sincera compañera de viaje que en su sabiduría arisca y sus gestos esquivos, ella sí quiso quedarse a mirarme en secreto y tocar mi cara cada mañana, y sin esperarlo, me regaló el más hermoso trayecto y me enseñó que la única demostración de afecto que realmente vale es el de mirar al fondo de los ojos, como reconociendo el mismo horizonte, y querer quedarse, aunque ya no se pueda. El resto, no es de verdad.

miércoles, 15 de agosto de 2012

PORTAFOLIO FOTOGRÁFICO


Fotografías de Marcelo Munch

www.portafoliomunch.blogspot.com

jueves, 17 de noviembre de 2011

La foto


La fotografía muestra a mi padre; en la cara posterior aparece escrito con su letra:
Fonda "Los Sin vacantes"
Caja EE. PP.
17 - 9 - 1965
Ignoro el lugar donde fue tomada esta fotografía, ni quién la tomó. Mi padre tenía 26 años al momento de la fecha señalada. En aquel tiempo él trabajaba en la desaparecida Caja de Empleados Particulares, donde ocupó altos cargos administrativos y como dirigente. A pesar de haber nacido en Chuquicamata, fue criado en Santiago, pero cada vez que tuvo la oportunidad siempre pidió traslados a regiones; fue así como en el año 1971, en Quillota, nací yo. En el año 1973 mi familia se tuvo que trasladar a Santiago por fuerza mayor.
En el año 1992 mi padre falleció en un accidente. En ese momento trabajaba como gerente de una AFP, en Valparaíso, fuera de Santiago nuevamente. Casi nada más supe de él. Nunca conversamos mucho, teníamos poco en común.
Con los años, he viajado y vivido en bastantes lugares, sobre todo fuera de Santiago, a pesar de haber sido criado en la capital también. Así lo he preferido, Santiago no lo considero mi lugar. Tal vez se debe a un intento secreto de mi parte de enhebrar los mismos afectos de mi padre; sé que él amaba el mar y el viento en la copa de los árboles; sé que junto a los libros también amaba la simpleza, el contemplar en silencio, y un buen vaso de leche fresca al desayuno.
A veces aún lo extraño. A veces creo que me parezco más a él de lo que puedo recordar. /

jueves, 28 de abril de 2011

Semilla



Vuelvo a mi origen, voy hacia mi origen, no me espera
nadie allá, voy corriendo a la materna hondura
donde termina el hueso, me voy a mi semilla,
porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas.

                                                           Gonzalo Rojas
                                                           (1917-2011)

martes, 8 de marzo de 2011

Para Katty Hall

Ahora te veo Katty, con tu nariz siempre enrojecida de romadizo eterno, siempre resplandeciente, con tus pasos de pasto verde recolectando sonrisas, con tu yo, que siempre pronunciaste nosotros. 
Ahora te veo, y nuevamente una sonrisa se me acerca.

Con todo mi amor para ti mi gringa, mi niña duende.


lunes, 24 de enero de 2011

Sentido


"Si el sentido de la política es la libertad, es en este espacio -y no en ningún otro- donde tenemos el derecho de esperar milagros. No porque creamos en ellos, sino porque las personas, en la medida en que pueden actuar, son capaces de llevar  a cabo lo improbable e imprevisible y de llevarlo a cabo continuamente, lo sepan o no".

Hannah Arendt

sábado, 11 de diciembre de 2010

Fieltro en las estrellas

Jane no tenía que haber preparado ese pequeño banquete de desayuno, pensé ese día. “Tengo que hacer unos trámites pero vuelvo luego”, dijo, ya sabía que teníamos que irnos cuanto antes para tomar el tren, pero me miró de una manera que no pude negarme. Volvió una hora más tarde y trajo un montón de cosas para desayunar, era un pequeño banquete de panes, quesos, cosas dulces y saladas, hasta humus le trajo a Claudia, ya sabía cuánto le gustaba. Fue un momento precioso e íntimo que hasta mereció una foto, nuestra Jane fue mucho más que nuestra amiga hermana y madre adoptiva, y pasaría mucho tiempo antes de volver a vernos los tres, no nos importó el retraso enorme, Berlín podía esperar un poco más.

Nos despedimos con cariño, como siempre; en mi interior sentí que había algo más esta vez, ella supo que la palpé y me abrazó más fuerte que nunca con sus enormes brazos maternales y su calor de fieltro. En el tren me llevé sus colores de arcoíris y su sonrisa de luna tan grande como un planeta, me hubiera gustado haberle regalado algo ese día más que esa antigua fotografía del Bote en turquesa que tanto le gustó.

Hoy, mirando el pequeño gato peluche con su sonrisa socarrona hecho por ella misma y que me traje de Inglaterra, me doy cuenta que de verdad aquel desayuno banquete ella tenía que prepararlo, porque a pesar de su vitalidad amante de King Crimson y con una hija que acababa de casarse, algo le dijo que ese día sería nuestro último desayuno y nuestro último abrazo de fieltro.

Hoy, Jane acaba de partir, y le escribo esta carta para darle el beso más grande del mundo porque su sonrisa ya es arcoíris. El gato peluche me mira desde mi escritorio, sus ojos de botones brillan y entienden lo que digo. Miramos a lo lejos y nos tomamos de la mano, el gato peluche sonríe más que nunca.