jueves, 16 de octubre de 2008

Cuarteto

Un violín. Un violín, un cello y un clarinete. Un piano. Vertical, maltrecho y desencajado. Unos guardias, algunos prisioneros, mirando, conmovidos. Y un frío de hielo. Era enero de 1941. Era un campo de concentración.

Olivier Messiaen tenía pésima vista por lo que fue obligado a trabajar de enfermero en batalla y brindar ayuda a los heridos. Eso no le ayudó en nada y fue hecho prisionero igualmente. Y ahí, encerrado entre alambradas de ese mundo de invierno sin saber ni del presente, ni del destino, ni de un más allá, Olivier Messiaen, bajo la mirada de bayonetas, escribió su obra “Cuarteto para el fin del Tiempo”, primero para tres, luego cayó en cuenta que debía estar también allí, y debía tocar.

Me pregunté qué puede llevar a un hombre a escribir tamaña obra en tal vez el peor lugar del mundo.

Cuando terminó el último compás lleno de silencios, del último sonido largo de esas cuerdas, de ese piano tibio, una lágrima confirmó el gesto, y supe que era un adiós.

Yo no sé lo que es eso, no creo en las despedidas, estoy maldito por la memoria, yo no sé olvidar, yo no sé decir adiós.

6 comentarios:

kany dijo...

mmm.......pero usted sabe aprender, cierto?...ya pué...con eso basta y sobra!!!
besos

Marina Culubret Alsina dijo...

no hace falta saber
lo importante es sentir,
y en latido y firmeza
vivir.


A reveure,

Sirena Varada dijo...

Un adiós puede ser la última excusa para vivir, para mantener viva la memoria: la más huidiza de todas las formas posibles. En ocasiones, la realidad más clara de la vida la confirma una lágrima que no se deja ver por ninguna parte.

Tampoco yo quiero, ni puedo ni sé decir adiós.

Saludos con afecto y nostalgia

Anónimo dijo...

Pues no olvide.


Por cierto muy bonito el blog

HumP dijo...

Nunca digas adios Marcelo, solo hasta ahora, aunque ese ahora sea eterno.

Un enorme abrazo
Hump

Sirena Varada dijo...

Eso mismo, Marcelo; como dice Hump: nunca digas adios.

Que sea hasta pronto, un abrazo