lunes, 6 de abril de 2009

En un café

Al frente hay una señora sola con ropa de oficina que toma incesantemente su té; sabe que la he visto y que de reojo trato de leerla sin insistir en aquello, y ella reniega en su taza y saca una especie de libreta donde pretende mirar fechas y números como si su gesto fuera creíble. Más allá hay un tipo ejecutivo de negro que lee su periódico, se ve que a nadie espera, se ve que el que nadie lo espere tampoco le importa. En la esquina cercana a mí hay una pareja de mi edad sentados en lados opuestos de su pequeña mesa, tal vez un poco mayores, un poco más frágiles, él usa lentes y viste una bufanda, la tiene tomada de la mano; ella usa lentes, se ve muy recatada de pelo apresado con pinches y trabas, y su mano es la expresión única de cariño que evidenciará en público. A mi lado hay una mujer amarga con un niño pequeño, la mujer no se despega de su celular mientras no deja de dar órdenes casi cuchicheos a gritos al niño que no hace más que estarse quieto, tranquilo, callado del todo, casi enterrado en su tazón de leche que ni se atreve a tomar; miro al niño con pena, con total empatía y apego, me siento él mismo, me pienso en el pobre futuro que le espera, enfrentado a un mundo que no perdona a quién no desea conquistarlo. Se me acerca la joven mesera para preguntarme si deseo algo más, y yo pensaba ya irme pero me arrepiento, la mesera tiene una sonrisa tan dulce que me hace pedirle otro café, ella me vuelve a sonreír. De pronto el hombre de la pareja se pone de pie, le da un beso en la frente a su recatada de lentes, y le pregunta a la mesera por el baño. La señora sola se marcha con su libreta y su nerviosismo y me mira de reojo. El ejecutivo de negro pide otro café y saca una agenda electrónica con la que empieza a teclear. La mujer amarga no deja de hablar por teléfono con su apestoso tono de voz; el niño enterrado en su tazón se pierde mirando por la ventana como tantas veces lo hiciera yo. Y entonces veo a la mujer recatada de lentes que empieza a balbucear algo en solitario mientras su pareja está en el baño, Te amo, dice en secreto y endereza su espalda, pone sus palmas abiertas sobre la mesa y tomando aire repite con suavidad, Te amo, dice otra vez concentradamente, se cerciora de su pelo apresado, de sus pinches y trabas, acomoda sus lentes y por tercera vez repite, Te amo, entonces llega su pareja y ella mira hacia afuera toda roja intentando actuar como si nada hubiera pasado. Yo me quedo ahí esperando de reojo y más invisible que nunca esperando a que todo pase, y el ejecutivo de negro de pronto se pone de pie y se marcha, y la mujer amarga al cabo de otro momento se va también arrastrando el niño que me mira con soledad y dulzura como despidiéndose de mi niñez, y la recatada finalmente nada dice, y hablan de la estupidez del tránsito y de una tal prima Emilia que a él evidentemente no le gusta, y él saca un programa de algo para ir a ver y ella niega y resume sus propios deseos en ver a la tal prima Emilia igual no más, y nada más le confiesa, y finalmente se van. Se repite la historia, uno no dijo nada, luego no queda más que divagar en un solitario café.

Me marcho, la dulce mesera se me acerca y me sonríe nuevamente y yo le devuelvo la sonrisa. Me marcho, quiero contemplar un rato la hojarasca del Parque Forestal.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

divagar en los solitarios cafés, (más solitarios hoy que nunca, por la crisis y la ley antitabaco)

saludos cordiales


g

carmen jiménez dijo...

Mis felicitaciones por observar tan bien. Mis felicitaciones por mostrarnos una escena más allá de sus caras, por hacer que casi casi, una sienta que es el ojo que puede verlo todo como si pudiera moverse por encima de sus cabezas y adentrarse a la vez en sus corazones y en el corazón de quien lo ve todo desde la mesa de un café. Mis felicitaciones y mi agradecimiento por este delicioso café en un café cualquiera.
Saludos desde mi viaje.

Sirena Varada dijo...

Y yo le observaba a él, al muchacho que observaba mientras tomaba un par de cafés. Así es la vida; un niño solitario, una mujer que sólo sabe decir “te amo” en silencio, los sempiternos ocupados y un muchacho príncipe, cargando a su espalda los sueños que no se desperezan con un susurro.

Un abrazo

G A Ñ A Ñ O dijo...

buen relato, los cafes son amenos y más aun si se observa lo que pasa en ellos como estas minihistorias.

campesina dijo...

"se repite la historia, uno no dijo nada"... la mujer, el ejecutivo, el niño, esa pareja, ese niño. No se atreven. ¿Serás ese niño?

hay mucha ternura en un café, en este café..

Leyla dijo...

Te desnudaste. ¿No lo notaste? El texto habla absolutamente de ti. Una especie de parto. Algo que ha muerto en ti y algo nuevo que nace y que al parecer no conocías.


BE

ciudadana del mundo dijo...

Es curioso ser capaz de percibir tanto en tan poco.

A veces imagino la vida de alguien que veo pasar...

Buenos escritos.

Isabandija dijo...

en verdad, deberias escribir un libro.


perdon por lo de la Z es que soy tan despistada...

campesina dijo...

¿todavía contemplando la hojarasca del parque?