martes, 11 de noviembre de 2008

Pequeño cuento de dos cariños

Escribía ella deprisa porque se sabía que leer no sabía y entonces escribía rápido para florecer enajenada y a ver si en una de esas podía palmar algo mucho más grande que sus buenas intenciones como lo saben hacer esas cosas invisibles que algunas veces regalan las sutilezas que se superan a sí mismas. Escribía ella, y él la miraba ensimismado porque era eso lo único que sabía hacer él. Miraba él y empezó a escribir un diario con sus propias huellas y rendijas porque él no sabía hablar. Empezó a escribir un diario él sin saber por donde empezar. Escribió él, y ella un día lo descubrió. Y entonces ella dijo quiero eso. Y él no supo decir y se lo entregó a ella para que lo escribiera y él se calló. Pero se calló tanto él que ya no tuvo nunca más voz ni repertorio. No tuvo palabras ni silencios. No tuvo pausas. No tuvo sonrisas. Tan solo miraba ensimismado y fue lo único que supo hacer hasta su muerte que al parecer según algunos pocos llegó muy tarde, y para el resto llegó muy pronto aún.
Así fue el caso, ella no sabía leer, y escribió más rápido aún. Y entonces él, que no sabía hablar ni ya no tenía palabras, se encontró solo, y entonces conoció la tristeza, y fue una tristeza tan honda que ya no supo por donde empezar.
Así que empiezo yo.

A mis abuelos

7 comentarios:

Marcelo Munch dijo...

A mis contertulios, se piden disculpas por la demora. La ausencia, que nunca fue tal, sólo dejé de escribir, no fue más que un asunto doméstico por quedarme sin internet.
Ya lo dije antes, yo no sé decir adiós, nunca me voy a ninguna parte.
Proximamente un gran texto gran con una nueva fotografía cachilupi de las mías, tal vez un texto no muy bueno, pero si grandote, para robarles todo el tiempo del mundo, y recibir sus deliciosos descargos.

Saludos de moras, y castañas.

Dr. Chapatín dijo...

Eso es verdad, señor munch, nunca nos vamos a ninguna parte.
Suyo,

Anónimo dijo...

Dios internet, mira nada más,

Saludos, es bueno leerte.

Gabriela

Marina Culubret Alsina dijo...

Dibujo una sonrisa en silencio.

Un abrazo, Marcelo...!

Leyla dijo...

Concuerdo con Chapatin. Imaginense, ahora lo sé todo.

Sirena Varada dijo...

Si hay algo que admiro en esta vida son las personas que escriben sin saber leer. Y cuanto más rápido mejor porque nunca hay que refrenar el impulso, jamás hay que detenerse.

Además, cuando empiezan las miradas no cabe el silencio porque éstas ya lo abarcan todo con sus enormes brazos silentes.

(Se agradece la explicación, Marcelo. Llegué a preocuparme)

Carola. dijo...

Por favor, qué cosa más bonita, Marcelo. Tus abuelos debieron de ser tan encantadores como tú.
Besos enternecidos.