Y la gente que sale tocada al ver estas fotografías de precariedad y pobreza, y sienten pena y silencio por la humanidad enorme de José y Valeria, sienten vergüenza por esa realidad que sabemos que existe y que preferimos no ver, sienten rabia y ganas de cobijo y fieltro, y yo les digo que lo increíble es que fueron tomadas acá cerca en una casona de esas de fachada linda pero por dentro cayéndose a pedazos. Y gracias me responden todos, gracias por la pausa.
Y luego llega el fotógrafo con sus premios y Fondart preguntando no por lo que dice la gente, si no por si había interesados en comprar alguna de esas obras. Y yo lo miro y le digo que le deje esas cosas al tiempo, y vuelvo a mi lugar para observar a la gente.
Y ayer no más vino otro alguien que se fue casi llorando, un hombre joven, atlético, lleno de tatuajes escuchando no sé qué música, y me dio la mano dos veces muy agradecido, y se fue. Y a la salida le comentó al guardia de lo místico de la sala, de la música, de las fotografías, de la pausa en medio de este bullicio Mapocho de mundo que no acepta a quién no lo quiere conquistar, y el guardia me comentó del hombre joven al yo irme, “y no sabe ná que José y Valería se hacían cualquier moneda lavando autos cuando vivían en esa casona, una vecina de ellos vino y me contó”, yo me sonreí y le pregunté si le dijo eso al hombre joven que acababa de irse, “no”, me respondió, “para qué matar la magia”.
Vuelvo a mi escritorio, tengo que copiar más CD para regalar.